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¡Peter Jackson lo ha vuelto a conseguir! «El Hobbit: Un viaje inesperado» no ha sido ninguna sorpresa “inesperada” a nivel cinematográfico. Lejos de eso, ha sido bastante continuista con respecto a los último trabajos firmados por el director neozelandés. Ahora bien, ¿es esto bueno o es malo?
Veamos... Estamos en diciembre del año 2001, voy con un grupo de amigos a ver la primera entrega de la primera trilogía en la historia del cine en ser rodada al completo antes de estrenarse ninguna de sus partes. Un proyecto titánico (con permiso de «Titanic»), vaya. Lo que sentí esa tarde de Navidad fue una de esas experiencias inolvidables en la vida que me recuerdan por qué amo tanto el Séptimo Arte. Una banda sonora memorable, una ambientación sublime, un ritmo casi perfecto, unos personajes con carisma (con Gandalf el Gris llevándose la palma) y un prólogo... ¡Qué decir de su prólogo! Una pequeña obra de arte en sí mismo que confieso revisar de tanto en tanto en YouTube porque es toda una joyita inspiradora a más no poder, una carta de amor a los cuentos para dormir.
Salva, a punto de morir a manos de dos pequeños Masacre (foto del Facebook Nostromo Murcia) |
"Con masacroso y heterosexual cariño"... fue lo primero por lo que preguntó mi novia al verlo |
Decir que Watchmen es el tebeo más importante de la historia sería dejar de lado a aquellos cómics que, a mediados del siglo pasado, crearon una industria casi de la nada, pero no es descabellado asegurar que es, de lejos, el más destacado. ¿Y por qué? Principalmente porque, en los años 80’, el mundo del cómic vivía una etapa de madurez que estaba revitalizando a las grandes compañías, con historias cada vez más adultas (una lástima que, en algunos casos, se confundiera –y se siga confundiendo- “adulto” con “sexo, violencia y palabrotas”) contadas por autores cansados del mainstream americano de siempre e influenciados por otras tendencias europeas. Autores como Eisner, Steranko, Moebius o Corben abrieron la puerta a otro tipo de cómic, y un puñado de guionistas supieron estar a la altura de los tiempos cambiantes.
Neil Gaiman, Art Spiegelman, Frank Miller… los lectores de tebeos ya no querían lo de siempre: habían crecido, y necesitaban algo que se ajustara a sus nuevos gustos. Aquellos que ahora leían y escribían cómics ya no eran los hijos de la bomba atómica ni los de la guerra fría, sino los padres de la Generación X. Algo estaba cambiando en el mundo, y Alan Moore supo hacerse eco de ello.
No voy a comentar Watchmen, pues hay mil páginas donde podréis encontrar análisis concienzudos sobre la obra. Dedicaré el espacio que queda, tras el salto, a su precuela: Antes de Watchmen.
Corría el año 1987, un 17 de diciembre como hoy, cuando aparecía en Japón (para variar) un juego llamado Rockman para Famicom (la NES japonesa) sobre un personajillo vestido de azul que saltaba y disparaba sin parar, y que a la postre haría las delicias de toda una generación. El arrollador éxito del juego se transformó en una prolífica saga con infinidad de juegos en distintas plataformas con diferentes géneros. En occidente el juego pasó a llamarse Megaman.
No son pocas las veces en las que podemos pensar que la pareja perfecta no existe. Algunos aceptan a la otra persona como les viene de fábrica (con sus virtudes y sus defectos), otros la modelan hasta crear un nuevo ser a su imagen y semejanza y otros, como Calvin, el protagonista de esta historia, prefieren estar solos, esperando a que llegue alguna vez la media naranja perfecta. Pero el tiempo pasa, y esa chica perfecta no parece llegar nunca.Sigue leyendo el artículo en La Nave Consular...
Voy a empezar por la conclusión: "Los juegos del hambre" es un film que toca buenos temas pero que no se atreve a dar un paso al frente.
Ya en la primera escena de presentación de la protagonista, Katniss (interpretada por la jamelgaza Jennifer Lawrence), nos dejan claro que ella sabe desenvolverse a la perfección como cazadora en un entorno salvaje, pero que siempre sucederá algo en el último segundo para que no se manche las manos de sangre. Efectivamente, en una película que muchos califican erróneamente como copia de la japonesa "Battle Royale", tenemos un problema (seguramente heredado del libro): la protagonista tiene que enfrentarse a muerte a otros 23 jóvenes, pero no mata a sangre fría a ninguno. Esto no sería un problema si habláramos de un personaje que se negase a participar en esos juegos macabros que sirven de recordatorio a un pueblo famélico de quién manda (una excéntrica sociedad futura llamada Capitolio, que se nutre de 12 distritos empobrecidos, representantes del proletariado más explotado y falto de voluntad).
El feo cartel promocional de Amanecer |
En la saga Crepúsculo no pasa nada. Utiliza dos películas (cinco, de hecho) para contar una historia insulsa que, en la mente de un guionista competente, uno de esos guionistas que, bueno, ya sabéis, ha visto un par de películas en su vida, se resolvería en 20 minutos. Un cortometraje. Sí señor, eso sí que sería un buen corto. Incluso en la mente de un guionista de telenovelas se resolvería con más dignidad. Sin embargo, no es así. Durante cinco películas, nos cuentan los pormenores de la vida de una muchacha incapaz de decidirse entre un hombre lobo o un vampiro, mientras pasa de sus amigos que se preocupan de ella.Os voy a explicar la saga Crepúsculo como mejor sé, comparándola con otra cosa: si un caricaturista resalta lo evidente hasta lo absurdo, las tres primeras partes de la saga parecían obra de uno de estos artistas. La caricatura de una historia de amor. La caricatura de una historia de monstruos. La caricatura de una caricatura que se vuelve grotesca e inverosímil.
En lo alto de un armario, al fondo del garaje, en lo más oscuro del desván descansan guarnecidos por austeras cajas de cartón unos artilugios que en su día fueron contendores de ilusión y que ahora no son más que olvidados trastos antiguos. Lo que pocos saben es que esas carcasas de plástico son hoy los barriles que han envejecido con el transcurrir de los años el sonido más añejo oculto en improvisadas bodegas, almacenadas entre recuerdos, y que ahora se convierten en elixir que alimentan nuestra memoria a través de nuestros oídos.
Mi buen amigo Cepe, de quien ya os he hablado alguna vez, ha escrito una entrada estupenda en La Nave Consular que habla de aquella consola mítica que muchos de nosotros atesoramos como oro en paño junto a nuestras NES, papiros egipcios y útiles de tortura medievales. La entrada comienza así:
Si, si, ya lo se, ya lo se. Se perfectamente lo que estáis pensando, por qué hablo de Master System II y no de su antecesora. Pensaba no daros esta explicación, pero mira oye, os lo voy a contar. Siempre ha habido segundas partes y remodelaciones de muchas consolas, como Mega Drive 2, GameBoy Pocket o Playstation 2 Slim, pero este es probablemente el único rediseño de una videoconsola que supere en popularidad al original. De hecho yo me pasé gran parte de mi vida pensando que la primera Master System no existía, ya que durante mi niñez no conocí absolutamente a nadie que la tuviera, y mira que conocí gente con Master System II, entre ellos yo.Vale, ahora lo entendéis todo. No es casualidad que la primera máquina que toco en esta serie de artículos sea Master System II, la consola de mi infancia. Esta consola de 8 bits de Sega no vio la luz hasta 1990 en Europa, donde aún tenía un buen mercado, con una competencia atroz con la Nes de Nintendo, y consiguió muy buenas cifras de venta, de hecho era la consola estrella de las comuniones, gracias a su reducido precio, unas 8.000 pesetas...
Un tipo duro posando con el que siempre será "el de 500 días juntos" |
¡Oh! ¿Qué es esto? ¡Nueva sección! ¿Y por qué ese nombre? ¡Pues porque si! Porque, ¿quién quiere hacer una crítica concienzuda de algo cuando puedes simplemente odiarlo? Porque Odiar, amigos míos, es gratis, y lo gratis, en los tiempos que corren, es algo que no se puede dejar pasar.
¿Y qué odia Chemi? ¡Qué no odia, querréis decir!
Odio cuando, en una película, insertan una "grabación oculta" de algo, como un archivo de guerra o algo así, y ese documento... ¡está montado! Como si en medio de la guerra hubiesen dos cámaras grabando la misma escena y les hubiese dado tiempo a rodar primeros planos y cambios de ángulo.
¿Que es más barato usar metraje de otras pelis que grabar algo nuevo? Pues si, pero queda mal. Muy mal. Y lo odio. Por ejemplo, en la película de los Vengadores, aparecen grabaciones del Capitán América en la Segunda Guerra Mundial con cambio de planos y montaje molón... y luego le ponen un filtro de mierda para que parezca viejuno. ¡Venga ya!
Y en cosas como interrogatorios, donde siempre suele haber una cámara fija grabando, también pasa a menudo (como en una escena del capítulo de esta semana de Fringe).
En fin, odiar es gratis, y odio gratuitamente ese tipo de escenas.
(Y ahora podéis llenar el blog con comentarios como "odio tu blog gratuitamente", y yo os odiaré con la misma pasión)
No suelo hablar mucho de tecnología en este espacio, pero también es cierto que no suelo hablar de nada últimamente, así que perdonad que me ausente de los temas habituales para hablar de algo que me tiene la mosca detrás de la oreja desde hace unas semanas: Apple.
Dejemos las cosas claras: no soy un Fanboy de Apple, pero me gusta. Creo que sus productos, al igual que otros muchos productos de otras muchas compañías -todo sea dicho- rozan lo óptimo. Pero no siempre fue así: yo era un AppleHater. Todas las cosas que ahora oigo en contra de Apple ya las decía yo hace años... hasta que usé un iPhone. Durante un viaje por España, un amigo llevó su recién comprado iPhone 3G, y nos sacó las castañas del fuego en una infinidad de ocasiones. Era increíble que algo tan pequeño fuera tan útil.
Por supuesto, acabé jubilando a mi antiguo cacharro sin carcasa, con los botones destrozados, y me hice con un 3G cuando la salida del 3Gs lo abarató. Y lo disfruté. Vaya si lo disfruté... hasta la salida de iOS4, con el que el teléfono perdió fluidez.
Además, por esa época, se rompió mi portátil, un Acer normal y corriente que me acompaña desde hace más de 5 años y que sigue funcionando a las mil maravillas, y mi hermano me dejó su MacBook. Resultado: enamorado. Ese portátil me pareció una maravilla. El sistema operativo, que al principio me costó controlar, se convirtió en un aliado imprescindible en mi último año de carrera. Usar cualquier programa (Photoshop, principalmente) se convertía en algo práctico e intuitivo.
Y un tiempo después, conseguí mi iPhone 4s actual. Una auténtica maravilla de la tecnología. En esa época, ni me planteaba comprar un teléfono que no fuese ese. Sin embargo... Apple: me has decepcionado.
Mucho.
La llegada de iOS6 (sin posibilidad de downgrade) ha convertido un teléfono de última generación en un teléfono que, hoy en día, calificaría de "cualquiera". Sí, hace cosas muy bien, pero también hace cosas muy mal y, aunque entiendo las decisiones que le ha llevado hasta este punto (más o menos), eso es algo que no perdono a una compañía que ha pasado los últimos años vendiendo la "experiencia de usuario" como marca de fábrica. Por primera vez en años, no pienso que mi siguiente móvil sea un iPhone. Además, los tablets... ni loco compraría hoy un iPad de cualquier generación teniendo un Nexus 7 por 250 euros con Google respaldándolo (Un tablet que tampoco considero óptimo, pero sí muy versátil, algo que hace falta hoy en día más que "ser perfecto en las pocas cosas que hace").
Tengo la sensación de que Apple ha perdido un poco el rumbo desde (si, típico argumento) la muerte de Steve Jobs. Además, el hecho de que la competencia sea cada vez mejor no parece beneficiarle en absoluto.
Por el título de la entrada tal vez penséis que voy a hablar de cómo las redes sociales y los nuevos paradigmas de la web han hecho que el escritor de blogs quede relegado a un segundo plano ante la avalancha de información que ofrecen las redes sociales y, tal vez, hubiese puesto ese título a la entrada para encabezar un artículo que acabara diciendo algo así como "el tiempo de los bloggers se ha acabado" o "los bloggers han muerto, larga vida a los bloggers"...
El pasado sábado estuve en
Este mes han caído pocos comics por cosas de tiempo y dinero pero, los que han pasado por mis manos, han sido buenos. De entrada, conseguí un tomo que me faltaba de El Príncipe Valiente sin el cual no podía seguir con sus andaduras, he terminado de una vez por todas con I’’s (ya tocaba) y, por supuesto, las dos cabeceras de la línea Ultímate han hecho acto de presencia también. Casi al final de mes, apareció entre mis manos el Batman y Robin de Morrison y Quitely… ¡cómo no disfrutarlo!
Hace bastante que no dibujo y, entre que me apetecía y que me lo pidieron, acabé haciendo esto a una amiga: